Desde muy pequeña sentía que no lograba encontrar mi sitio en el mundo, era una persona muy dependiente, con muchos miedos, angustias e inseguridades. A medida que fui creciendo mi personalidad se consolidó con un carácter débil, baja autoestima, altamente sensible, con miedo al abandono y a la soledad.

En mi adolescencia experimenté pérdidas importantes en mi vida, seres amados murieron dejando huella, pero sin duda, la muerte que partió mi vida en dos fue la de mi hermano, a partir de ese episodio desarrollé mi primera depresión, sentí que no tenía un motivo para vivir y no le hallaba sentido a mi vida.

Con el tiempo aparecieron una y otra vez diferentes tipos de pérdidas, no sólo de muerte, sino de ruptura con personas importantes, que me envolvieron nuevamente en procesos de duelo. Mi vida se sustentaba sobre muchas carencias y miedos intensos, con pensamientos y creencias de que en algún momento algo inesperado iba a suceder y me robaría nuevamente la felicidad que estaba experimentando.

Estas crisis me permitieron despertar de mi sueño profundo y entendí que estaba totalmente desempoderada de mi esencia. Sentí… que era imposible que al mundo solo vinieramos a experimentar una vida basada en el temor, la angustia y el sufrimiento, y que los momentos de felicidad fueran tan cortos.